Por Sergio Cerecedo

Al abordar esta película, debo decir que siempre es curioso hablar en medio de la controversia, y lo que me funciona es irme a los hechos y no ignorar ninguna preocupación que se escuche, pero siempre solventarla por uno mismo y revisar el balance entre la víscera, la razón, el contexto sociopolítico, el lenguaje cinematográfico y otros factores, y sí, es una balanza complicada pero que disfruto hacer, más ante los comentarios sobre temas vigentes como la visión gentrificadora del país, la exotización de problemas sociales y políticos que nos tienen con heridas muy abiertas y dolorosas, vale la pena estar en primer plano de la acción y ahondar en ello.

De la misma manera, soy una persona que aparte de compartir sus letras e impresiones sobre las películas que ve, es un obrero cinematográfico, y me resulta muy difícil sabiendo que a veces preparas dos horas algo que durará dos minutos, que desayunas, comes y cenas con seres humanos que llegan a ser tu familia, puedas mirarlos a la cara y decirles “Lo que hiciste es una mierda”, sabiendo lo poco que ayuda a su desarrollo un insulto sin análisis ni retroalimentación y lo mucho que friega la autoestima tan necesitada en estos días me parece insensato, por eso le echo galleta al análisis y a cada palabra plasmada sobre el esfuerzo de grupos de 2, 5, 10 ,20 o más de 60 personas que se esfuerzan en la realización de lo que llamamos película.

En lo estrictamente cinematográfico, debo decir como seguidor de su obra previa (Sobre todo sus trabajos en la década de los 2000) que Jacques Audiard no es un director que profundice demasiado en el contexto, le interesa más el abordarlo para situarnos en el personaje, que las huellas de las dificultades sociales se noten en sus decisiones personales, es un poco cercano a lo que es contar una historia muy vista contada muy bien, aunque su puesta en cámara distaba mucho de ser clasicista, siempre inquieta y en mano. Suyas son películas que me gustan bastante, en especial tres: “Lee mis labios” (2001) una revisitación del romance entre una persona introvertida y otra venida del crimen, su aproximación a un hombre joven que se debate entre la criminalidad del oficio de su padre o la herencia cultural de su madre muerta recibiendo la oportunidad de ser pianista (“El latido de mi corazón”, 2007) y la aproximación al mundo carcelario de los descendientes de inmigrantes en “Un profeta” (2009) obras que me parecen tan sórdidas y bien actuadas como entretenidas. Sin embargo esta vez le superó el no abordar a los personajes que no son franceses como foráneo, meterse al terreno en el cual los caracteres dibujados en el papel son locales, mexicanos en México, y aquí es donde entra la antinaturalidad que nos saca de la cancha durante el visionado de “Emilia Pérez”.

La trama arranca con una abogada dominicano-mexicana que no le tiene miedo a enfrentar casos de violencia de género y corrupción es pronto captada por la mafia con una propuesta inusual, ser, en secreto, la gestora, prestanombres y etcétera del cambio de género e identidad de un narcotraficante que siempre ha querido ser mujer, este cambio, con una muerte falsa incluída, acarreará un alejamiento de su familia que años después querrá compensar fingiéndose una tía lejana a quien el hombre en vida dispuso el cuidado de su esposa y sus dos hijos y que se dispone, a redimir la vida criminal pasada a través del altruísmo, lo cual en el papel es interesante, en el desarrollo no resulta así.

Hasta la primera hora la inquietud alcanza, se mantiene por cierto interés más por la osadía formal de volver un musical algo que fácilmente puede volverse caricatura, y cuando abraza la farsa, es cuando resultados más decentes arroja, ero después del cambio de género del personaje e inicio de la nueva vida, es cuando los números musicales cada vez tienen menos gracia e inclusive uno indigna por que la fisonomía de algunos bits (Actrices o actores que solo tienen una o dos líneas, en este caso cantadas) es marcadamente arábiga y es donde se nota que no están en el país y que Audiard sigue pensando en hollywoodizar su película es decir, amoldar la sociedad a la que aborda a su canon en lugar de crear un diálogo narrativo. Sobre todo, cuando la película trata de ponerse seria es cuando se nota una opinión superficial y poco informada que la sociedad mexicana justamente está reprochando en las redes, su manera de tratar las desapariciones forzadas es muy por encima, a veces insensible y, enésimamente, pasada de plástica. Los esfuerzos de las personas que enuncié antes se van hacia un lado no precisamente verosímil y logrado.

En esta plasticidad excesiva se encuadra el poco trabajo de diálogos, evidente en personajes que hablan tanto. Ahí están las protagonistas hablando nuevamente en la voz activa que desde estudiosos del guionismo hasta Memo Villegas han criticado, un detalle tan sencillo como el decir “haré” en lugar de “voy a hacer” termina de pintar de inverosimilitud las emociones que se esfuerzan en transmitir, exceso de academia, que irónicamente está dando muchos premios. Es ahí donde les digo también a los colegas cineastas que la parte fílmica, técnica y de planteamiento formal tiene muchas buenas ideas donde el drama y el musical no están del todo peleadas, analizarlas fuera del dolor de corazón y orgullo que como mexicano te puede dar y extraer lo bueno de lo más logrado, puede ser un gran ejercicio.

En el apartado actoral sin duda que hay mucho trabajo por generar emociones que no es respetado por el guión y el enfoque: Zoe Saldanha es quien más se esfuerza, su actuación es contenida, simpática y a la que mejor le medio justifica el acento extranjero, Karla Gascón aunque da algunas miradas potentes y mucho carisma a la protagonista, se desdibuja constantemente por el asunto verbal vocal. sobre todo en la caracterización del narcotraficante antes del cambio de sexo, el acento español lo vuelve demasiado exotizado y cercano a lo visto en comedias fársicas como “Casa de mi padre” o “Nacho libre”. Aquien le va peor es a Selena Gómez, su personaje caricaturizado como buchona vengativa la deja muy mal parada así como su dicción en los números musicales que le implican hablan con ritmo más que cantar, en los que tiene que exhibir su voz lo hace bien vocalmente, el papel de Adriana Paz es pequeño, pero lo realiza con prestancia e intensidad. Otro fallo muy grande es que hasta el acento de los extras y bits no es creíble como mexicano, en los momentos en los que testifican sicarios y presidiarios sobre sus métodos y las ubicaciones de narcofosas, su manera de describir los hechos y usar el lenguaje se parece más a un conductor de noticias describiendo lo sucedido con muchos tecnicismos, es muy difícil que dado el contexto social en el que las personas le entran a la maña hablen con esa propiedad.

Puedo concluir con que, pesar de sus intenciones, a esta película le pesa su tesón desmedido en la plasticidad, la estética acaba venciendo al contenido que de por sí, no se esforzó mucho en nutrirse del contexto donde se asienta ,esa irreverencia aparente de abordar los problemas con cierta plasticidad y humor, pierde mucho tino en su tramo de media hora final así como una secuencia alienada y absurda es que tiene quizás el escenario físico más real de toda la película, saca mucho de onda en una mitificación hacia el antihéroe nacional que si bien ha existido, aquí está totalmente distorsionada e incomprendida, igual que muchas cosas de la realidad de nuestro país